Sería tonto si me privara del inmenso amor que siento por ti.
En la hondura de la noche… en la serena oscuridad de mi habitación navego calmo las olas de mi sentir.
Viene el miedo con su temblor y los recuerdos acuden a mi alma como caricias presentes del eco de un dulce ayer que me recorre las venas.
Mi corazón late como si me miraras de frente y el brillo de tus ojos me desnuda vulnerablemente deshojándome capa a capa hasta que solo queda el silencio y un sinuoso grito hacia ninguna parte se desvela como un telón que arrugándose en el suelo de mi frío pecho se calienta poco a poco de confianza.
Y siento que nada puede llenar ahora este falso vacío que no sea la plenitud de mi desairada y tersa firmeza y la esperanza presente sin objetivos.
Mi cuerpo se estremece de un placer que tantas veces sentí al tocarte y que aún se desliza vivamente dentro de mi piel.
Me libero de la cárcel de tratar de poseerte y disfruto la libertad de experimentarte moviéndote en la danza de tus decisiones. Allá donde no hay distancia entre tú y yo me encuentro contigo una vez más en la nostalgia de tu ausencia que tiene tanta fuerza como la palabra discreta que exhala el perfume de tu secreto querer que arrecia como ondas las orillas de este mi corazón.
Aquí donde no hay nada y está todo alzo una vez más mi voz y te llamo en medio de la brecha licuada que existe entre la vigilia y el sueño.
Este Amor que no entiendo y sus locos designios y yo devoto de él abrazándolo todo para no dejar fuera nada en la magnitud de este momento que nos acoge a ambos en su misteriosa sabiduría.
Y si me siento un tonto me abrazo tonto y si me siento solo me abrazo solo y si me siento perdido me abrazo perdido y si me siento sin ti me abrazo contigo más allá de la comprensión donde mi incomprensión se abre a un momento más sintigo y contigo en la pálida certeza de que aún más allá de toda creencia estamos juntos y lo estaremos por siempre.
Sergio Sanz Navarro