El eco de la muerte late en la vida y desafía nuestra intrepidez para cruzar los mares de la intensidad…
Es el frío que nos hace buscar el calor del amor y cuando el miedo alza su lúgubre canto de gélido dolor, se anuncian en nuestra piel las ganas de disfrutar el contínuo momento de nuestra travesía.
Todo rígido horario se desvanece cuando el furor de nuestro corazón clama gozar… toda tristeza se vuelve barda y ménade cantaora que nos incita a ir más allá de los límites en los que nos amortajamos ,con entumecedoras cautelas, que tienen el malva color de cuando el oxígeno nos falta y nos ahogamos en la insipidez de lo anodino…
Cuando nos anquilosamos en grises cuartos que huelen a sorda agonía se abren millares de canales auditivos en nuestra alma que escuchan ,por lejanos que sean, los gemidos de placer y los vítores de felicidad que en silencio deseamos que nos estremezcan, y aparecen en nuestro sentío las lujuriosas miradas de aquellas que nos pretendieron… y que se esfumaron en una túpida y burlona bruma de yo que se qué…
Y lo que creemos que pudo ser y no fué, se vuelve loca meta que enloquece las brújulas de nuestro caminar, mientras nos retorcemos en pos de que nuestra vida se convierta en una extática y poética celebración…
La música sigue sonando y nos agita para que nos desperecemos y zafemos de la fúnebre, arácnida y paralítica silla en la que montados nos topamos con las afiladas esquinas de ese calabozo, en el que parecen oxidarse las llaves maestras que portamos en el entusiamo, esa mágica chispa que llevamos dentro que encendida abre las puertas de la experiencia divina…
Salimos a la calle, no hay nada, y sin embargo está todo en algún dulce dónde que buscamos… en algún aquí y ahora que no es aquí y ahora, donde volver a encontrar la preciosa sinfonía de la plenitud y beber de la copa de la soberana ambrosía de la satistacción total con la que nos sentimos reinar sin reinar extensamente… para aunque sea por un segundo sentir la vibrante, plácida y eterna expansión de nuestro ser.