A veces siento un frío que me aleja incluso de mi propio cuerpo y ni si quiera su calor y compañía siento. A veces las mantas no alcanzan a calentar lo más profundo del tuétano de mis huesos. A veces el miedo dibuja en mi mente los escenarios más tenebrosos y bajan sus sensaciones como cascadas hacia mi corazón helándolo y dejando un rastro de desolación desesperada. Doy gracias por no ser huérfano, por tener unos padres que me aman y me acompañan y que me ayudan con su presencia a salir de los agujeros de la más terca y obstinada negatividad. Doy gracias por tener amigos que me alientan a confiar y con los que reír , doy gracias por todas las personas que rezan por mi. Doy gracias por no beber el alcohol de la perdición y la ruina.

A veces siento una relajación que se lleva como un viento suave todo grito mudo de terror y entonces puedo respirar en paz y dormir tranquilo.

A veces tan solo necesito llorar y ser abrazado y todas las negras espinas salen expulsadas de mi alma como si estuvieran hechas del etéreo tejido de la ilusión de una pesadilla, y entonces el futuro vuelve a ser claro y entra por su ventana la luz de la esperanza de los sueños que nacen del amor que late en mi y que quiere compartirse con el universo entero, y recibo de todo y de todos aún sin pedirlo la más gloriosa, placentera y plena de las bendiciones y entonces pido que a veces se convierta en siempre, y descansar eternamente respirando el húmedo aroma de una tierra sin aburrimiento y sufrimiento llena de las infinitas musicales o silenciosas formas de la bailarina celebración de la Vida que venció la muerte.

Sergio Sanz Navarro

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