Existe una experiencia en la que todos los pensamientos y emociones flotan. En ese momento trasciendes todos los niveles, los percibidos como más supremos y los percibidos como más fangosos o nerviosos.
Es cuando decides dejar a un lado la pretensión de iluminación eterna y el rechazo por los condicionamientos y simplemente te reconoces como el espacio que todo lo abraza.
En ese lugar puedes recibir la incomodidad y la inquietud, el miedo y todo su séquito de perros feroces, la culpa y toda su alquitranosa y retorcida seducción, es donde permaneces impertérrito ante las riñas de la exigencia.
Allá donde se encuentran todos los aquíes y los ahoras y el tiempo se desfragmenta, allá donde el volcán de la ira se apaga con una respiración profunda acogidas sus lavas por la suavidad de un amor insondable que nace desde abajo y sube refrescándolo todo.
Allí amigo vivimos cuando nos permitimos regresar del autoexilio, es en ese lugar donde no es necesario defender ni sostener ninguna imagen de uno mismo donde por fin te encuentras a salvo y puedes beber el exquisito néctar de la expresión del Dios que somos.
Sergio Sanz Navarro